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 “Cuando me quise acordar, ya era tarde…” 

Quien ha trabajado suficientemente consigo mismo no cae en esa posición de lamento inconsolable al envejecer.
- Cicerón –

El tiempo todo lo-cura?

Hay una historia del tiempo en cada uno de nosotros que está por fuera de calendarios o relojes, sin embargo, precisamos de esta coordenada para ordenar la existencia en una imaginaria línea recta, generándonos la ilusión de que la vida es un movimiento que va desde un punto a otro punto, en una sola dirección y que las cosas comienzan por un principio, presentan un desarrollo y tienen un fin. El tiempo no existe como experiencia objetiva pero necesitamos que pueda ser medido por el entendimiento, creer que hay un antes y un después, una sucesión temporal.

Mi idea del tiempo no se corresponde con la de una sucesión lineal de instantes. Considero que el tiempo no pasa sino que se produce y adviene, se construye, no es algo ya preestablecido ni escrito. La realidad del tiempo es una realidad plenamente subjetiva que depende de factores psíquicos, por eso la historia de cada individuo es una historia vivencial y no temporal. La existencia se conjuga siempre en tiempo presente.

El tiempo ni se gana ni se pierde, nos atraviesa, y de acuerdo a cómo cada sujeto realiza o no su deseo, puede sentir que lo ha ganado o lo ha perdido, pero el tiempo fluye y nosotros con él... El movimiento deseante genera nuestra propia temporalidad. Mientras el deseo circula, el tiempo parece transcurrir sin detenciones pero cuando el deseo se congela, también el tiempo y lo que salta a la vista es la vida no vivida.

Creo que hoy, ayudados por la modernidad, hemos entrado en un proceso de aceleración, de la urgencia, de la inmediatez, de la instantaneidad. Pretendemos suprimir todas las distancias temporales: la espera, la transición, el intervalo. Todo lo queremos ahora, ya mismo, en este momento.

Pero vivir de acuerdo a “los tiempos que corren”… trae como consecuencia ciertos conflictos, algunos desajustes y varios sufrimientos, porque se corre detrás de algo que, a su vez, siempre se está corriendo y no es posible retenerlo,  es como la arena, se nos escurre entre los dedos, y lo queremos atesorar, eternizar, volver sólido para conservarlo. Es comparable al niño que en vano persigue su sombra queriendo ganarle. Pero el tiempo es intangible e inaprensible y la única manera de "verlo" es a través de la sucesión de fenómenos que podemos observar o de la huella que ellos van dejando, pero nunca sin efectos.

Decimos del tiempo que “pasa”, que “se detiene”, que “se va”, o que “se pierde”. Todas referencias a un fluir difícil de capturar. La conciencia intenta adueñarse de él mediante el tiempo convencional, el que transcurre fuera del sujeto, el que se puede medir, contar, calcular, un “tiempo real” que puede ordenarse mediante límites que separan el presente, el pasado y el futuro. Pero de tanto en tanto, estos límites se borran y el fluir se impone como algo que le ocurre al sujeto, como algo en lo que está inmerso y que no depende de su voluntad conciente. Es esa dimensión imaginaria que nos confronta una y otra vez con la experiencia de desacomodación respecto del tiempo cronológico.

Y se hace evidente que los límites y la transitoriedad no alcanzan para que el hombre deje de actuar como si fuera eterno y sustente ideas de inconmensurabilidad, de eternidad o de un tiempo sin falta, un “sin tiempo”, un tiempo ilimitado como forma de vencer o aniquilar la percepción de la propia muerte.

El tiempo es un producto simbólico, del lenguaje, íntimamente vinculado al hecho de sabernos mortales, porque sólo para quien se siente mortal el tiempo tiene algún sentido y sólo quien habla, quien está afectado por el lenguaje, se siente mortal.

La muerte es algo necesario, imposible de resolver, está ahí, será más allá de nuestra voluntad, sucederá, ocurrirá, no es un problema a resolver sino a afrontar irremediablemente.

Alguna razón debe haber para vivir y para morir. No lo sabemos. Lo que sí podemos decir es que la muerte es un misterio que vuelve valiosa la vida, es una razón para no desperdiciarla. Es lo que da a la vida su más alto valor… o pensemos… ¿cuántas cosas hubiéramos dejado de hacer si la vida no fuese finita, si no existiese un término, un final?

No sabemos de la muerte más que la de los demás, más que ese dolor que nos causa la pérdida del cuerpo de ese ser que hasta ayer era nuestro amor, nuestro padre, nuestro amigo, nuestro hijo. Nuestra muerte, la propia, no es palpable, no hay manera de representarla y sólo podemos imaginar que será más o menos un reposo, un alivio, el principio de algo o el final de todo.

Hay quienes eligen la religión para  explicarse algo que no se comprende, pero sencillamente no tenemos forma de explicarla sino sólo creer en esa forma de explicarla. La verdadera explicación no la tiene, al menos, nadie que esté vivo. Pero lo cierto es que necesitamos que algo signifique y cada cuál optará por su mejor versión.

Este es un trabajo de elaboración constante, de toda la vida. Habrá momentos en que creamos que podemos burlarnos del destino y sentir que somos inmortales, que jamás nos tocará a nosotros y haremos todos nuestros esfuerzos por negarla, alejarla, disfrazarla y vivir algún tiempo ilusionados. Pero somos mortales y esto no tiene cambio. La muerte será un conflicto nunca resuelto, abierto a todos los procesos de sublimación posibles para distraernos o a las diferentes enfermedades para recordarla.

Nos asusta el paso del tiempo…, por eso busco cambios suaves que me permitan una paulatina adaptación de esta metamorfosis del cuerpo, del pensamiento, de mis nuevas reflexiones, de mis acciones y de mis consecuencias.

Los cuerpos siguen  y seguirán envejeciendo más allá del mérito de la cirugía láser, del botox o de lipoesculturas. No se puede negar, ni evitar, ni huir del tiempo, sólo nos queda trabajar sobre la mejor forma de encarar la vida, de hacerle frente a lo posible y no a la inexorable finitud.

La idea entonces es poder pasar de lo irremediable a lo posible, de elegir, de estar advertidos que la vida nos empuja hacia un lugar extraño, incómodo por momentos, misterioso siempre, que no es posible erradicarlo, sino, y aquí está el secreto o la sabiduría, se trata de saber hacer algo con lo que nos tocó como humanos y mortales.

A veces se vive como si nunca se fuera a morir, otras se vive como si se estuviera muerto y otras se muere como si nunca se hubiera vivido.
Tal vez entonces aceptar la muerte sea la única forma de permanecer fiel a la vida y cuidar de nuestra vida es, sin duda, un acto de amor y de responsabilidad.

Es porque amo la vida que jamás le he perdido el respeto a la muerte, nunca la he desafiado ni tentado, sé que ella, simple y naturalmente, llegará cuando el universo así lo necesite…