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"El amor, el humor y la palabra"



No somos los mismos al comenzar y concluir un año, hay algo de nosotros que avanza y se va transformando. Nuestro interior se puebla de más historias, de otras personas, de algunas certezas y de muchos interrogantes.

Los plazos se vencen y no se puede reconstruir el tiempo que se fue. Seguramente, algún puerto quede lejos, alguna tarea pendiente o algún sueño inconcluso, pero mientras un capítulo se cierra, naturalmente, se abre otro, entonces tenemos la oportunidad de reinventarnos, de ser mejores que antes, de construir puentes para empalmar lo roto y transmutar el sufrimiento en algo bueno para el corazón.

Es el momento de aclarar dudas, pagar deudas, desterrar miedos y dejar mezquindades, porque cuanto más libres, mejor podremos encarar la nueva etapa. 
Si quitamos la maleza del paisaje, es muy probable que algo nuevo crezca.

La felicidad parece sencilla, cercana y accesible, sin embargo, ser feliz no es para cualquiera. Se requiere coraje, agallas, valor y no es verdad que basta sólo con la esperanza porque, aunque necesaria, no es suficiente para cambiar aquello que no marcha o aceptar lo que no tiene remedio. 

Todo empieza con un paso y hay que darlo, porque lo que no avanza, retrocede y lo que no progresa, se arruina, como cualquier barco que se abruma cuando se demora en el puerto. Por eso, cuando ha llegado la hora, es necesario zarpar y hacer de la vida aguas navegables por donde transitar.  

No sabemos qué nos pasará mañana, podemos estar a un paso de todo o muy cerca de nada, no tenemos formas de evitar lo azaroso de la vida. Conviene procurarnos la sencillez de estar vivos, la alegría diaria, un amor generoso, el encuentro con la familia, con los amigos; acudir a un abrazo cuando nos sintamos solos, a una palabra cuando estemos perdidos o a una mano cuando necesitemos ayuda. Podemos ser, al menos, los verdaderos autores de la parte palpable de nuestro destino.

Deseo para este nuevo año que podamos conservar el don sagrado del “amor”, del “humor” y la “palabra”, para poder sanarnos y alivianar los dolores más profundos, para encontrar un camino lleno de virtudes y digno de vivirse!  Habrá que arriesgarse, probar, tantear, experimentar...

Empecemos por destrabar cerrojos y abrir todas las puertas y ventanas disponibles para que lo mejor de cada uno se haga visible...


Feliz año nuevo para todos!

Cuando las palabras se callan para siempre.

              A Fernando...


Claude Monet

Ya no hay tiempo ni aquel futuro que anhelaste.


Te atreviste a andar por el camino de los desengaños, traspasaste ilusiones y fuiste capaz de soportar la verdad de la vida, llegando al inevitable fin, al que todos, tarde o temprano, llegaremos.

Se necesita valor y audacia para afrontar el desafío de ganarle a la insobornable enfermedad, pero el cuerpo tiene sus imperfecciones, a tal punto que a veces se desordena y pierde la unidad que lo mantenía vivo.

La enfermedad fue conquistando tu parte más vulnerable y, si bien elegiste darle lucha, el cuerpo aprendió a liberarse de todo aquello que lo ataba. Al fin soltaste…

Ninguna razón es tan clara ni concluyente para entender por qué a vos, con tantos sueños por delante, pero también, por qué no a vos, si es cosa de todos y la vida nos va enseñando que es así.

No he sabido de nadie que haya podido demandar a su destino por inapropiado o inesperado. Dicen que nadie muere en la víspera…

Siempre nos es desconcertante la muerte, no entendemos su propósito, tal vez no sea más que el mismo fin, pero lo valioso para los que todavía no nos fuimos, es que podemos nombrarte, evocarte y, de esa manera, hacer que viva la memoria de un pasado que está muerto, como todos los pasados.


El dolor te hizo franco y sencillo. Por qué se aprenderá más cuando las cosas no resultan fáciles? He visto seres más compasivos y comprensivos cuando han atravesado algunas tempestades.


Recorriste tus temores, te liberaste de los miedos y tuviste el coraje de hacer lo que necesitabas hacer, para vos y para otros. Tu alma ya era generosa…

Supiste comprender a tiempo que el amor es liviano y capaz de pasar de un estado al otro, de la materia del abrazo a lo sutil del recuerdo. El amor siempre se transforma, no se pierde, estoy segura que algo de el te has llevado por ahí, por donde andes.

Las palabras son cosas pequeñas hoy, tal vez insignificantes, pero alguna vez, lo recuerdo bien, fueron muy importantes para vos; te trajeron alivio y también pena, lo mismo que yo siento hoy, en tu despedida. Pena, porque las despedidas siempre provocan pena y alivio porque, en verdad, ya no había mejor solución a tu dolor.


Encontraste tu amor, tu vocación, tu música, tu trascendencia. Viviste momentos fuertes, otros débiles, felices, duros. De todo! Ensanchaste la vida y la alargaste todo lo que pudiste.
Buscaste tu propio camino, con ternura e inteligencia, con aciertos y errores, con sonrisas y llantos. Te buscaste. Te encontraste. Te perdiste. Te reencontraste. Y tanto, para luego obtener lo que merecías: tu paz!


Ahora a descansar, ya no hay más palabras, ya te has ido.
Dejamos acá.

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

El amor no es solamente una cuestión de novela. Pienso en las entrañables parejas de ficción que nos ha dado la literatura como Margarita Gautier y Armando Duval,  Romeo y Julieta, Don Quijote y su Dulcinea del Toboso, Otelo y Desdémona y tantas otras que han desplegado distintos libretos de encuentros y desencuentros…. Pero estos amores…… amores que matan, amores que mueren, amores que se dejan morir, amores imposibles, desterrados, irreales, prohibidos, amores que se pagan, amores que se apagan, amores negados, marginados, rendidos… no son sólo de ficción, también existen de carne y hueso y los vemos cotidianamente en los escenarios de la vida.


Pero… ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

El amor es una construcción. Es un territorio donde se encuentran dos sujetos con historias y subjetividades distintas y crean un nuevo territorio compartido y común. Cada uno es lo que es y seguirá siendo lo que es a pesar del amor y durante el amor, pero en la construcción de un “nosotros amoroso” habrá un surgimiento de nuevos significados y efectos, de una nueva combinatoria deseante donde se jugarán ciertos goces y otros quedarán excluidos.

En este recorrido se abandona algo de lo propio para entrar en una nueva entidad construida de a dos a través de la palabra, de la mirada, del abrazo y de cada espacio compartido.

Por eso no alcanzaría decir que la pareja es la suma de dos sujetos diferentes, porque lo que importa fundamentalmente es  lo que recíprocamente activan o desactivan uno en el otro y lo que juntos producen, el “entre” los dos.

Podríamos decir entonces que el “sujeto amoroso” es el producto de esas diferentes identidades que se encuentran para crear la diferencia. Diferencia que hará marca para que los amores sean siempre distintos.

Hay quienes construyen un sujeto amoroso único y definitivo, otros lo van cambiando según edades y situaciones y otros están en la búsqueda y no logran nunca construirlo. Tal vez, porque nunca abandonan la identidad para abrirse a la diferencia. Buscan pero en lugar de reconocer, se miran  a sí mismos como en un espejo y efectivamente no reconocen a nadie que sea igual que ellos, porque eso no es metafísicamente posible. No encuentran porque en realidad nunca salen a buscar. O encuentran pero no pueden crear con el otro algo inédito sino que repiten y reproducen como un calco una y otra vez su destino en el amor.

Hay controversias referidas a la armonía posible o imposible en el amor.

Lacan dijo una vez, “No hay relación sexual” marcando que no hay complementariedad posible, que no hay relación adecuada entre el goce anhelado y el encontrado o entre el goce de uno y del otro, hay una ilusión de que podemos encontrar una experiencia de conexión con el otro y es realmente una ilusión. Es el lazo amoroso el que viene a actuar de suplencia frente a este desencuentro estructural de los sexos. No hay medias naranjas…

Muchas parejas fracasan por la insistencia en el anhelo de complementarse, de búsqueda de la otra mitad. Otros sujetos no toleran la desilusión y cortan la relación para pasar a otra creyendo que la próxima vez sí podrán restaurar esa falta insoportable que no es posible de cubrir más que imaginariamente y por eso repiten una y otra vez la misma historia.

Nos vinculamos desde la falta que intentamos velar y develar para amar y nos fascinamos ante la idea de que la felicidad y la completud son posibles cuando uno ama y es amado. Pero, como en toda idealización, se falsea el juicio y lo que hay es un engaño recíproco que sostiene la eficacia del amor. Como dijo una vez  Alejandro Dolina, “Amar es inventarse cada día falsedades compartidas”.

Tenemos que saber que todo amor tiene su límite. Que si bien el otro está habitado por la misma estructura, sufre igual y tiene la misma fragilidad, esto no alcanza para tener garantías de lo que pueda suceder en el encuentro con el otro. Cada pareja monta su propia estructura de ficción, cada una arma su guión simbólico e imaginario que transcurre en un tiempo, en un espacio y en un contexto propio que van creando según la escena que se sientan invitados a representar.

Los sufrimientos originados en las relaciones amorosas ocupan un lugar protagónico en la vida de la gente y constituyen una temática habitual. La búsqueda de amor y de una relación amorosa satisfactoria siguen siendo problemas que aquejan permanentemente a las personas.

Pero… ¿Será posible “curarse” de los sufrimientos del amor?

Partamos desde el momento en que todos los objetos resultan sustitutos de un objeto original perdido, ninguno logra ser del todo satisfactorio ya que no corresponde a lo originalmente deseado y, en este sentido, solo hay reencuentros fallidos. Habrá que saber que la demanda de amor no sólo es insaciable sino imposible de responder.

Para Lacan hay encuentros, pero disarmónicos...con lo cual el trabajo será aceptar este desencuentro insuperable como condición inherente al ser humano y habrá que ver qué hace cada cual con este elemento siempre presente en el camino del amor.

Un vínculo de pareja implica equilibrios que se alcanzan, que se pierden y se reconquistan. No hay un modelo de amor de pareja que pueda considerarse ideal, no hay amor “logrado” ni hay punto de llegada y por ende la clínica va a ser siempre un problema singular, caso por caso.

Hay amores y amores. Y en algunos amores está a la vista la importancia de incluir un trabajo psíquico referido al otro y al vínculo, donde sea posible un reacomodo dinámico para procesar la experiencia de relación y sus conflictos, centrándose en el mundo intersubjetivo de la pareja y en las conductas que condicionan al partenaire o a la relación.

Son muchas las controversias en este terreno y, lejos de apaciguarse, crecen día a día, ya que los cambios que están sobreviniendo en nuestra civilización en materia de pareja y sexualidad son altamente vertiginosos.

Hay diferentes perspectivas en el análisis de las relaciones amorosas y la clínica nos enfrenta siempre con formas diferentes y singulares de relaciones, pero lo que tenemos claro desde nuestra labor es que la construcción del amor puede ser una experiencia inédita y que puede producir buenos remodelamientos psíquicos.

¡TODO ERA AMOR!

¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M, con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!

“Saber hacer pie en la propia existencia”

Si no sabés por dónde seguir…
volvé, para saber de dónde venís.

"De una a otra orilla"


Empieza lo nuevo, lo que viene, lo que llegará pero también lo que se va, lo que se pierde, lo que no vuelve, lo que se deja... Época de conclusiones, de reconocer el paso del tiempode combinar sentimientos duales, mezcla de nostalgias y alegrías. 


Parece inevitable escaparse del tiempo de balances, ese tiempo que no es más que un recorrido subjetivo para revisar logros y fracasos, pero también la oportunidad para construir nuevos proyectos y reafirmar viejos sueños incumplidos. Lo importante en este recorrido es poder encontrarnos con el deseo de quién queremos ser.

Hay un fin, algo que concluye, que termina, que será pasado rápidamente y eso trae consecuencias en el alma humana. Porque lo que se pierde se duela y el duelo, duele.

Dependerá de cómo fuimos transitando nuestras pérdidas en la vida para que hoy nuestro ánimo se inquiete, se acelere, decaiga o se mantenga sereno, optimista y expectante de poder cambiar lo que no se pudo hasta ahora.

Se reabre la posibilidad de una nueva oportunidad, una ilusión de renovación que también puede derivar en fracaso si los deseos son imposibles de alcanzar. Entonces, la primera revisión sería plantearse escenarios posibles para concretar las metas y disfrutar de lo logrado. Los triunfos, en definitiva, no son más que procesos que llevan tiempo y dedicación.

Un ciclo se termina y otro vuelve a empezar pero no podemos saber exactamente cuál es ese punto de corte. Me sirve más pensar en la idea de un movimiento continuo, como si pudiéramos construir un puente que conecte el patrimonio de lo vivido con la riqueza de los sueños disponibles y con la realidad personal de cada uno. Un puente que resulte ser un diálogo de doble mano entre el ayer y el hoy, entre todas aquellas experiencias y aprendizajes que atesoramos en el interior de todos nosotros para convertirse en una fuente de la cual podemos nutrirnos siempre, porque es abundante, generosa e inagotable.

Y no hay recetas, sino el deseo y la predisposición para moverse de una a otra orilla, con el necesario atrevimiento que eso conlleva y con la certeza de que se puede hacer pie en la propia existencia para armar el propio camino.

Empecemos por hoy. Tomemos en este día la dimensión de la paz, de la tranquilidad y del encuentro. Podemos hacer que este Año Nuevo sea un tiempo esperado, un tiempo oportuno para que muchas cosas puedan comenzar a renacer y sentir que podemos abrirnos puertas y facilitarnos un ingreso a medida donde luego, mucho de lo soñado pueda ser posible.

Al final uno juega su vida por un puñado de felicidad, reconoce como válidos algunos momentos para lograrla y sabe que la necesidad de buscarla no se termina nunca. Por eso siempre tiene sentido seguir luchando por lo que se tiene, por lo que se cree y por lo que se espera...


¡Feliz año para todos!





Ser o no ser…esta es la elección.



 Las cosas son como son pero pueden ser de otra manera. Nada es necesaria y definitivamente como es y eso es lo bueno de la vida, que está en permanente construcción.

No siempre somos libres de poder elegir, hay circunstancias inesperadas e inexplicables que se nos estampan en la vida sin que las podamos predecir ni evitar, sin embargo sí somos responsables de elegir cómo atravesarlas. 

La vida prepara su momento para dar el zarpazo y ponernos a prueba. Es ahí donde encontramos la oportunidad de crecer o de hacer la de la avestruz y esconder la cabeza bajo tierra. La opción es nuestra. 

Se puede negar lo evidente e ignorar lo obvio o apostar a descubrir los escondites de nuestra verdad. Se puede salir de la prisión de los miedos y permitirles libertad a los deseos o seguir encerrados en la cárcel del dolor. Se puede soltar amarras o quedarnos anclados en los males que nos hacen tanto mal.

Hay muchos modos de vivir, pero lo cierto es que también hay modos que no dejan vivir. Cada uno podrá optar, porque la vida es un asunto privado. 

No estamos en una carrera contra el reloj pero tampoco podemos olvidar que hay un tiempo que concluye, finaliza o prescribe, que los plazos se van acortando y que lo que parece tan lejano llega mucho más rápido de lo que uno cree, por lo que nos urge hacer las paces con los imposibles y poner los deseos a trabajar.

Los años vividos facilitan entrar en el tiempo más sabio, el tiempo de comprender que todo no se puede o que algunas cosas siempre faltarán; es el tiempo de la madurez el que nos va otorgando los insumos necesarios para dejar de sufrir por cosas que ya no se pueden cambiar o para renunciar al ideal de felicidad y saber vivir con todos los problemas que la vida siempre plantea.


Tenemos que estar advertidos que en nuestro “caracú” hay una soledad que se quedará sola y que nos acompañará con su ronroneo desde el interior de nuestra carne y de nuestras almas. Sin embargo, podemos recurrir a alguna  reserva para sustituir, sublimar, cicatrizar y continuar el camino soportando lo enigmático de la existencia.

Nada es para siempre, nada es definitivamente así. Podemos cambiar nosotros, pueden cambiar los que amamos, puede cambiar el mundo, todo puede ser distinto, aunque algunas verdades permanecerán inalterables.

Cada uno de nosotros podemos llegar a ser lo que decidamos ser: los mismos, pero diferentes. La diferencia se sitúa en la elección que hagamos, ese íntimo momento donde no hay piso que sostenga ni techo que resguarde sino la desamparada libertad de haber elegido. 


 “Cuando me quise acordar, ya era tarde…” 

Quien ha trabajado suficientemente consigo mismo no cae en esa posición de lamento inconsolable al envejecer.
- Cicerón –

El tiempo todo lo-cura?

Hay una historia del tiempo en cada uno de nosotros que está por fuera de calendarios o relojes, sin embargo, precisamos de esta coordenada para ordenar la existencia en una imaginaria línea recta, generándonos la ilusión de que la vida es un movimiento que va desde un punto a otro punto, en una sola dirección y que las cosas comienzan por un principio, presentan un desarrollo y tienen un fin. El tiempo no existe como experiencia objetiva pero necesitamos que pueda ser medido por el entendimiento, creer que hay un antes y un después, una sucesión temporal.

Mi idea del tiempo no se corresponde con la de una sucesión lineal de instantes. Considero que el tiempo no pasa sino que se produce y adviene, se construye, no es algo ya preestablecido ni escrito. La realidad del tiempo es una realidad plenamente subjetiva que depende de factores psíquicos, por eso la historia de cada individuo es una historia vivencial y no temporal. La existencia se conjuga siempre en tiempo presente.

El tiempo ni se gana ni se pierde, nos atraviesa, y de acuerdo a cómo cada sujeto realiza o no su deseo, puede sentir que lo ha ganado o lo ha perdido, pero el tiempo fluye y nosotros con él... El movimiento deseante genera nuestra propia temporalidad. Mientras el deseo circula, el tiempo parece transcurrir sin detenciones pero cuando el deseo se congela, también el tiempo y lo que salta a la vista es la vida no vivida.

Creo que hoy, ayudados por la modernidad, hemos entrado en un proceso de aceleración, de la urgencia, de la inmediatez, de la instantaneidad. Pretendemos suprimir todas las distancias temporales: la espera, la transición, el intervalo. Todo lo queremos ahora, ya mismo, en este momento.

Pero vivir de acuerdo a “los tiempos que corren”… trae como consecuencia ciertos conflictos, algunos desajustes y varios sufrimientos, porque se corre detrás de algo que, a su vez, siempre se está corriendo y no es posible retenerlo,  es como la arena, se nos escurre entre los dedos, y lo queremos atesorar, eternizar, volver sólido para conservarlo. Es comparable al niño que en vano persigue su sombra queriendo ganarle. Pero el tiempo es intangible e inaprensible y la única manera de "verlo" es a través de la sucesión de fenómenos que podemos observar o de la huella que ellos van dejando, pero nunca sin efectos.

Decimos del tiempo que “pasa”, que “se detiene”, que “se va”, o que “se pierde”. Todas referencias a un fluir difícil de capturar. La conciencia intenta adueñarse de él mediante el tiempo convencional, el que transcurre fuera del sujeto, el que se puede medir, contar, calcular, un “tiempo real” que puede ordenarse mediante límites que separan el presente, el pasado y el futuro. Pero de tanto en tanto, estos límites se borran y el fluir se impone como algo que le ocurre al sujeto, como algo en lo que está inmerso y que no depende de su voluntad conciente. Es esa dimensión imaginaria que nos confronta una y otra vez con la experiencia de desacomodación respecto del tiempo cronológico.

Y se hace evidente que los límites y la transitoriedad no alcanzan para que el hombre deje de actuar como si fuera eterno y sustente ideas de inconmensurabilidad, de eternidad o de un tiempo sin falta, un “sin tiempo”, un tiempo ilimitado como forma de vencer o aniquilar la percepción de la propia muerte.

El tiempo es un producto simbólico, del lenguaje, íntimamente vinculado al hecho de sabernos mortales, porque sólo para quien se siente mortal el tiempo tiene algún sentido y sólo quien habla, quien está afectado por el lenguaje, se siente mortal.

La muerte es algo necesario, imposible de resolver, está ahí, será más allá de nuestra voluntad, sucederá, ocurrirá, no es un problema a resolver sino a afrontar irremediablemente.

Alguna razón debe haber para vivir y para morir. No lo sabemos. Lo que sí podemos decir es que la muerte es un misterio que vuelve valiosa la vida, es una razón para no desperdiciarla. Es lo que da a la vida su más alto valor… o pensemos… ¿cuántas cosas hubiéramos dejado de hacer si la vida no fuese finita, si no existiese un término, un final?

No sabemos de la muerte más que la de los demás, más que ese dolor que nos causa la pérdida del cuerpo de ese ser que hasta ayer era nuestro amor, nuestro padre, nuestro amigo, nuestro hijo. Nuestra muerte, la propia, no es palpable, no hay manera de representarla y sólo podemos imaginar que será más o menos un reposo, un alivio, el principio de algo o el final de todo.

Hay quienes eligen la religión para  explicarse algo que no se comprende, pero sencillamente no tenemos forma de explicarla sino sólo creer en esa forma de explicarla. La verdadera explicación no la tiene, al menos, nadie que esté vivo. Pero lo cierto es que necesitamos que algo signifique y cada cuál optará por su mejor versión.

Este es un trabajo de elaboración constante, de toda la vida. Habrá momentos en que creamos que podemos burlarnos del destino y sentir que somos inmortales, que jamás nos tocará a nosotros y haremos todos nuestros esfuerzos por negarla, alejarla, disfrazarla y vivir algún tiempo ilusionados. Pero somos mortales y esto no tiene cambio. La muerte será un conflicto nunca resuelto, abierto a todos los procesos de sublimación posibles para distraernos o a las diferentes enfermedades para recordarla.

Nos asusta el paso del tiempo…, por eso busco cambios suaves que me permitan una paulatina adaptación de esta metamorfosis del cuerpo, del pensamiento, de mis nuevas reflexiones, de mis acciones y de mis consecuencias.

Los cuerpos siguen  y seguirán envejeciendo más allá del mérito de la cirugía láser, del botox o de lipoesculturas. No se puede negar, ni evitar, ni huir del tiempo, sólo nos queda trabajar sobre la mejor forma de encarar la vida, de hacerle frente a lo posible y no a la inexorable finitud.

La idea entonces es poder pasar de lo irremediable a lo posible, de elegir, de estar advertidos que la vida nos empuja hacia un lugar extraño, incómodo por momentos, misterioso siempre, que no es posible erradicarlo, sino, y aquí está el secreto o la sabiduría, se trata de saber hacer algo con lo que nos tocó como humanos y mortales.

A veces se vive como si nunca se fuera a morir, otras se vive como si se estuviera muerto y otras se muere como si nunca se hubiera vivido.
Tal vez entonces aceptar la muerte sea la única forma de permanecer fiel a la vida y cuidar de nuestra vida es, sin duda, un acto de amor y de responsabilidad.

Es porque amo la vida que jamás le he perdido el respeto a la muerte, nunca la he desafiado ni tentado, sé que ella, simple y naturalmente, llegará cuando el universo así lo necesite…


Lo que callamos, el cuerpo ya se encargará de decirlo…



Parto de la idea que el cuerpo que tenemos, el cuerpo en el que me reconozco como “ese soy yo”, no es una sustancia, es una imagen. Sin embargo, esta imagen se hace carne en un cuerpo que sufre, porque son el dolor y la enfermedad los que tienen el poder de presentificar el cuerpo, de devolverle el estatuto de su pura materialidad.

Aquel cuerpo orgánico, el de la ciencia médica, no coincide exactamente con el cuerpo que ama, odia, imagina, conoce, sufre o goza; el cuerpo del que hablo es el que tiene que ver con la verdad, con la palabra y con lo inconsciente. Es aquel donde se inscriben placeres, sacrificios, vergüenzas, culpas, miedos, pactos y promesas; es el cuerpo que también es sede de angustia, instrumento de seducción, superficie de experiencias placenteras y dolorosas.

Podríamos decir que el cuerpo es el efecto del lenguaje sobre el organismo. El sujeto humano aprende quién es a partir de lo que otros le dicen: "qué malo que sos" o "sos un santo", “sos igualito a tu papá” o “no sos parecido a nadie”, “sos un genio” o “sos un burro”. Cada palabra tendrá un efecto que hará marca e irá transformando un cuerpo biológico en un cuerpo simbólico, un cuerpo atravesado de palabras e impregnado de voces, miradas, olores, sabores, golpes, caricias…Dependerá de cómo incorpore y asimile cada niño este universo de representaciones simbólicas para ir creando su propia identidad.

Tenemos así un cuerpo que sabe más de lo que dice y ese saber quedará representado en forma de síntomas. Por eso, desde la clínica, podemos decir que el cuerpo es también interpretación, porque podemos interrogarlo sobre su sentido y abrir la posibilidad de hacerlo palabra para que deje de mortificarse: empezar a decir lo que el cuerpo no para de gritar y que las palabras puedan conducirnos hacia los determinantes inconscientes de haber enfermado. En este camino siempre se pone al descubierto la clara relación que existe entre lo que se habla, los fenómenos de la vida y las dolencias que sobrevienen en tal o cual ocasión.

Lo que se hace presente en nuestra clínica son siempre cuerpos afectados por la acción de la palabra, cuerpos llenos de excesos o de privaciones, que pesan, que no se sostienen, que no responden, que no sienten, que se paralizan, que tiemblan y que hasta se complacen en el sufrimiento…

Las distintas patologías son formas pobres, equívocas y fallidas de evitar el dolor y las vivencias penosas de la vida. Esto nos puede llevar a enfermar de ausencias, de sobreprotección, de rabia, de miedo, de abandono, de desvalimiento….y está claro que para curar el cuerpo primero hay que sanar el alma.

El trabajo es poder llegar a mirar la enfermedad no como aquello que entorpece la vida sino como requisito fundamental para el fortalecimiento de la propia salud. Que no sea percibida como una fatalidad inexorable, como maldición o castigo, sino tener la convicción de que la enfermedad puede ser la génesis de un nuevo proceso, un espacio privilegiado para pensar la existencia de otro modo y un lugar distinto desde donde imaginar un devenir.

La diferencia la hace lo que cada uno puede hacer, pensar y sentir frente a lo que le pasa. Ahí está la singularidad, la de cualquiera y la de todos. La distinción no pasa por estar exento de la enfermedad, nunca se lo está, sino por la capacidad de cada uno de transformar las circunstancias en un recurso.

Habrá que aceptar que las nuevas situaciones siempre exigen cambios. Se trata de entender que en momentos de incertidum­bre hay que reinventarse y convertirse en lo que cada uno esté llamado a ser.

Todo cuerpo porta el haber atravesado un trabajoso camino y cada sujeto que acude a la consulta en su particular relación con su cuerpo, invita a un trabajo de lectura de esas huellas que están presentes en él. Hay que seguirlas…

Somos el cuerpo que tenemos y es el cuerpo que nos permite ser lo que somos. El cuerpo no admite engaños. Es el que nos avisa que los años van transcurriendo y que la edad no pasa en vano. El que pone en evidencia la  lucha entre los años que avanzan y el interior que resiste. Pero siempre está ahí, en su presencia mutable, temporal, finita y mortal. Nos queda un consuelo: “Uno es inmortal mientras vive…”

Tengo la convicción de que siempre existe, por más enferma que una persona esté, una virtualidad sana, potencial, desde la cual es posible lograr un nuevo desarrollo que conduzca a la salud. Pero tenemos que saber que hay enfermedades que se tratan con la palabra y no hay más remedio! La palabra lo cura....

Y tus palabras calladas…. ¿cómo hablan en tu cuerpo?