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La felicidad se ha puesto en duda...



“Cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz. Su elección del camino a seguir será influida por los más diversos factores. Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin, también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos”.   

(Freud: “El malestar en la cultura”)


Antonio Berni

¿Por qué lo que debería provocarnos bien-estar, protección, felicidad y capacidad de disfrute se nos desarma y nos provoca malestar, infelicidad, enfermedad? 


Parece ser que la cultura nos ha jugando una mala pasada…

Estamos, sin duda, ante una nueva versión del malestar de la cultura, lo que ha sido hecho por el hombre y para el hombre se nos ha rebelado.

En los tiempos que corren, el malestar se ha convertido en un estado social, en una forma de existencia, en un síntoma de la época muy difícil de erradicar.

La cultura que es la natural generadora del bien-estar, del estar mejor, del construir una vida más segura, más humana, más digna, es también la que dispara ese otro mecanismo del mal-estar, como si se tratara de dos pulsiones contrapuestas y necesarias: de vida y de muerte, de construcción y de destrucción, una cíclica alternancia que se habrá de detener en el último  producto de la cultura que es la muerte.

Por eso la cultura asume un carácter ambiguo: puede servir y no servir, puede contribuir al desarrollo de la persona, a la construcción de su subjetividad o arrasar con todo eso. Esta ambigüedad se produce tanto en el plano social como en el personal.

El hombre vale lo que valen sus relaciones, y hoy, las relaciones de propiedad parecen ser las más importantes. Tenemos más riquezas, queremos más dinero, acumulamos más bienes, nos convertimos en lo que el mercado desea y vamos mutando las necesidades al ritmo de lo que el mercado nos quiere vender. Nos dejamos arrastrar por un producto bruto interno (PBI) que mide el progreso del país pero que evidentemente nada sabe del verdadero bienestar de las personas.

Estamos rodeados de creaciones artificiales, de objetos, de instituciones que se  convierten progresivamente en necesarias, pero que a la vez nos esclavizan de tal manera que ya no podemos ser, sobrevivir, disfrutar o ser feliz sin ellos.

No siempre la presencia de los objetos determinan nuestro bien-estar, pero sí la ausencia de ellos desencadenan nuestro mal-estar. Somos parte de ese curioso juego de sentirnos mal cuando no los poseemos y de la incapacidad de disfrutar plenamente y de manera estable cuando los conseguimos.

La paradoja es que tenemos más riquezas que nunca, pero somos mucho más pobres. Prueba de ello es que el vacío existencial se ha convertido en la enfermedad contemporánea más extendida y cuyo síntomas no son sólo la angustia y la inseguridad por el peligro de perder lo que se tiene, también estamos en presencia del endurecimiento de las relaciones, el individualismo feroz, la autosuficiencia, la extrema violencia, el terror, la desesperanza, las confusiones y el desánimo; síntomas que se deslizan y se traducen en la clínica actual como: bulimias, anorexias, pasajes al acto, adicciones en general, ataques de pánico, depresiones, fenómenos psicosomáticos, melancolizaciones, etc.

Llegamos a un momento importante para la reflexión...

No podemos desarrollar antídotos ante la circunstancia actual, tampoco se puede negar, evitar ni huir de ella,  pero sí trabajar para que puedan empezar a ser visibles algunos síntomas de cambio, para diseñar un mundo en el que nos guste vivir y poder lograr nuevas perspectivas.

Tal vez sea necesario:
  • Recuperar el valor del desplazamiento de la gratificación, de la posibilidad de retardar el triunfo, la satisfacción del deseo, el placer, la felicidad. No todo se adquiere de manera inmediata, sino que se construye con un esfuerzo paulatino, silencioso, poco visible y que se cosecha con el tiempo.
  • Recomponer el paso del tiempo frenando su ritmo vertiginoso y tratando de detenernos en los hechos, en los detalles, en las relaciones, en lo que me dicen, en lo que hago, en lo que decido, en lo que celebro. Un tiempo que recupera el valor del presente, en lugar de sumergirse en el pasado o anticipar obsesivamente el futuro.
No se trata de multiplicar sino de concentrar, no se trata de cantidad sino de calidad, no se trata de acumular sino de disfrutar.

Disfrutar de la cultura, encontrar el sabor de la cultura, de lo que tenemos entre manos. De todo o de una parte, siempre o en algunos momentos. Pero es necesario que podamos dar lugar a esa sensación de que estamos haciendo lo que nos gusta.  Tal vez se trata del disfrute de las pequeñas cosas, de los mínimos detalles, de los ínfimos momentos de felicidad.

Es tarea de todos.