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Lo que callamos, el cuerpo ya se encargará de decirlo…



Parto de la idea que el cuerpo que tenemos, el cuerpo en el que me reconozco como “ese soy yo”, no es una sustancia, es una imagen. Sin embargo, esta imagen se hace carne en un cuerpo que sufre, porque son el dolor y la enfermedad los que tienen el poder de presentificar el cuerpo, de devolverle el estatuto de su pura materialidad.

Aquel cuerpo orgánico, el de la ciencia médica, no coincide exactamente con el cuerpo que ama, odia, imagina, conoce, sufre o goza; el cuerpo del que hablo es el que tiene que ver con la verdad, con la palabra y con lo inconsciente. Es aquel donde se inscriben placeres, sacrificios, vergüenzas, culpas, miedos, pactos y promesas; es el cuerpo que también es sede de angustia, instrumento de seducción, superficie de experiencias placenteras y dolorosas.

Podríamos decir que el cuerpo es el efecto del lenguaje sobre el organismo. El sujeto humano aprende quién es a partir de lo que otros le dicen: "qué malo que sos" o "sos un santo", “sos igualito a tu papá” o “no sos parecido a nadie”, “sos un genio” o “sos un burro”. Cada palabra tendrá un efecto que hará marca e irá transformando un cuerpo biológico en un cuerpo simbólico, un cuerpo atravesado de palabras e impregnado de voces, miradas, olores, sabores, golpes, caricias…Dependerá de cómo incorpore y asimile cada niño este universo de representaciones simbólicas para ir creando su propia identidad.

Tenemos así un cuerpo que sabe más de lo que dice y ese saber quedará representado en forma de síntomas. Por eso, desde la clínica, podemos decir que el cuerpo es también interpretación, porque podemos interrogarlo sobre su sentido y abrir la posibilidad de hacerlo palabra para que deje de mortificarse: empezar a decir lo que el cuerpo no para de gritar y que las palabras puedan conducirnos hacia los determinantes inconscientes de haber enfermado. En este camino siempre se pone al descubierto la clara relación que existe entre lo que se habla, los fenómenos de la vida y las dolencias que sobrevienen en tal o cual ocasión.

Lo que se hace presente en nuestra clínica son siempre cuerpos afectados por la acción de la palabra, cuerpos llenos de excesos o de privaciones, que pesan, que no se sostienen, que no responden, que no sienten, que se paralizan, que tiemblan y que hasta se complacen en el sufrimiento…

Las distintas patologías son formas pobres, equívocas y fallidas de evitar el dolor y las vivencias penosas de la vida. Esto nos puede llevar a enfermar de ausencias, de sobreprotección, de rabia, de miedo, de abandono, de desvalimiento….y está claro que para curar el cuerpo primero hay que sanar el alma.

El trabajo es poder llegar a mirar la enfermedad no como aquello que entorpece la vida sino como requisito fundamental para el fortalecimiento de la propia salud. Que no sea percibida como una fatalidad inexorable, como maldición o castigo, sino tener la convicción de que la enfermedad puede ser la génesis de un nuevo proceso, un espacio privilegiado para pensar la existencia de otro modo y un lugar distinto desde donde imaginar un devenir.

La diferencia la hace lo que cada uno puede hacer, pensar y sentir frente a lo que le pasa. Ahí está la singularidad, la de cualquiera y la de todos. La distinción no pasa por estar exento de la enfermedad, nunca se lo está, sino por la capacidad de cada uno de transformar las circunstancias en un recurso.

Habrá que aceptar que las nuevas situaciones siempre exigen cambios. Se trata de entender que en momentos de incertidum­bre hay que reinventarse y convertirse en lo que cada uno esté llamado a ser.

Todo cuerpo porta el haber atravesado un trabajoso camino y cada sujeto que acude a la consulta en su particular relación con su cuerpo, invita a un trabajo de lectura de esas huellas que están presentes en él. Hay que seguirlas…

Somos el cuerpo que tenemos y es el cuerpo que nos permite ser lo que somos. El cuerpo no admite engaños. Es el que nos avisa que los años van transcurriendo y que la edad no pasa en vano. El que pone en evidencia la  lucha entre los años que avanzan y el interior que resiste. Pero siempre está ahí, en su presencia mutable, temporal, finita y mortal. Nos queda un consuelo: “Uno es inmortal mientras vive…”

Tengo la convicción de que siempre existe, por más enferma que una persona esté, una virtualidad sana, potencial, desde la cual es posible lograr un nuevo desarrollo que conduzca a la salud. Pero tenemos que saber que hay enfermedades que se tratan con la palabra y no hay más remedio! La palabra lo cura....

Y tus palabras calladas…. ¿cómo hablan en tu cuerpo?